¿China puede crecer más?
China creció, por lo menos, el doble de la media mundial y de los Estados Unidos. Al menos seis veces más que Alemania y siete veces en comparación con Brasil. O sea, aunque pequeño en comparación con su pasado reciente de dos dígitos, el crecimiento económico chino no es nada despreciable frente a un escenario internacional de incertidumbres agudizadas por una guerra comercial/tecnológica impetrada por los Estados Unidos contra… China. Lea análisis del Observatorio de la Economía Contemporánea.
Por Elias Jabbour*
El Buró Nacional de Estadísticas de China (BEC) anunció, recientemente, la tasa de crecimiento del PIB chino para 2019. El índice quedó en 6,1%, la menor tasa desde 1990, pero dentro de la meta estipulada por la gobernanza china de mantener un ritmo de crecimiento entre 6% y 6,5% anual. Sin embargo, una serie de cuestionamientos son lanzados, siendo los más comunes aquellos relacionados con la posibilidad del “fin del milagro” o las primeras señales del stress de una economía en la cual – desde el inicio de la crisis financiera internacional y los seguidos paquetes de estímulos fiscales – el sector privado se retrae frente al aumento del protagonismo estatal, lo que puede tener algún fondo de verdad, conforme demostraremos.
Por otro lado, se tornó lugar común atribuir esa nueva fase de “bajo” crecimiento en China como un “nuevo normal” o posibilidad de caída en la “trampa de renta media”. Los más sofisticados relacionan la caída del crecimiento económico chino con el fin del crecimiento basado en mano-de-obra abundante, entonces China habría alcanzado el llamado Turning Point de Arthur Lewis. A nuestro ver, parte de esas adjetivaciones son referencias mecanicistas de tipo rostowianas que solamente sirven para desviar el foco ante la necesaria profundidad para explicar fenómenos más complejos.
Por ejemplo, ciertamente China creció, por lo menos, el doble de la media mundial y de los Estados Unidos. Al menos seis veces más que Alemania y siete veces en comparación con Brasil. O sea, aunque pequeño en comparación con su pasado reciente de dos dígitos, el crecimiento económico chino no es nada despreciable ante un escenario internacional de incertidumbres agudizadas por una guerra comercial/tecnológica impetrada por los Estados Unidos contra… China.
La renta per cápita en el país tuvo un aumento de 5,8% en relación a 2018. En 2019, el crecimiento real de la renta per cápita en las áreas rurales fue más rápido que en las áreas urbanas, indicando una mayor reducción de la diferencia de renta urbano-rural, de acuerdo con el BEC. Los gastos per cápita de los consumidores chinos aumentaron 5,5% en términos reales. Hasta 2020, China debe doblar la renta per cápita de sus residentes urbanos y rurales, comparado con la renta per cápita de 2010.
Otro dado nada despreciable está en la generación de empleos urbanos en el país. Desde el momento en que el país pasó a crecer abajo de los 8% (2012) hasta el nivel actual no se dejó de generar menos que 13 millones de empleos urbanos anuales, lo que evidencia un grado de competencia lo mínimo razonable de los proyectistas y planificadores chinos que consiguen la proeza de operar relacionando las políticas macro y micro con las necesidades más generales de la sociedad.
Pero no son pocos los cuestionamientos sobre la sustentabilidad de la performance económica china frente a la caída, mismo que, posiblemente, planificada, del crecimiento económico en los últimos años. Existe un gran movimiento de transición de una economía centrada en la inversión para otra, con mayor peso en el consumo. La historia demuestra que este tipo de transición no es fácil y tranquila. Es complicada y difícil, como toda transición de dinámica de acumulación suele ser con impactos sobre el crecimiento económico nada despreciable. Por ejemplo, entre 2011 y 2018, la relación inversión x PIB en China cayó de 47,8% para 44%.
La caída de casi 10% es significativa, aunque el dato en si continúa alto, pero explicable ante el hecho de China ser una economía caracterizada por grandes proyectos que demandan, en consecuencia, grandes inversiones. Pero se sabe que la inversión, como fuente principal de crecimiento es una espada de doble filo. Por un lado, proporciona una fuente de demanda efectiva para impulsar el crecimiento de la producción; por otro, aumenta la capacidad de producción, lo que requiere niveles más altos de demanda para absorber la producción expandida.
A este respecto, según la consultora IHS Market, entre 2000 y 2018 el aumento del consumo privado anual en China fue en media de 8,3%. A título de comparación, para el mismo período, el aumento en los EUA, Reino Unido, Alemania y Japón fue, respectivamente de 2,2%, 1,8%, 0,9% y 0,7. Datos del Banco Mundial apuntan que la proporción consumo/PIB salió de 48,2% en 2010, para 53,3% en 2018. En Corea del Sur esta relación es de 64,7%. En Japón, 75,3%. Y en la India, 70,6%. En otras palabras, se puede decir que esta transición está, aunque lentamente, encaminándose.
La cuestión de los diferentes niveles de endeudamiento es muy explorada por analistas en general. Tal vez esté ahí el cierne del problema. Según el Institute for International Finance (IIF) llega a 304% del PIB chino la combinación entre las deudas públicas nacional y provincial sumadas las corporativas y de las familias. Se trata, según el IIF, de 15% de los débitos en abierto en el mundo. Sobre la deuda pública en sí, no es trivial afirmar que los alardes ortodoxos relacionados al nivel de endeudamiento público deben ser muy relativizados. La razón es la no consideración de una característica fundamental del endeudamiento público chino: el Estado debiendo a sí mismo, o sea, a sus propios bancos y en moneda emitida por su Banco Central (Banco Popular de China).
Y el resultado de ese endeudamiento ha sido la construcción de una malla infraestructural ultramoderna al contrario de otras economías, como la europea, que simplemente estatizaron deudas privadas a despecho de que países como Italia – presos a duros esquemas fiscales – necesiten de inversiones externas, sobretodo chinas, para recomponer sus infraestructuras. Existe, evidente, la necesidad de enfrentar problemas de demanda externa – fruto de la guerra comercial. Los gastos públicos aumentaron en 8,8% entre enero y agosto de 2019 en relación al mismo período del año anterior. En septiembre de 2019 fue anunciado otro paquete de estímulos, ahora del orden de US$ 126 miles de millones.
Ya el endeudamiento de las empresas en China puede explicar algo más sobre las posibilidades futuras de la economía china. Pero, como todo lo que envuelve una economía con las características chinas (planificada y “montada” sobre un enorme brazo productivo y financiero estatal), ese análisis demanda más ciencia y menos ortodoxia. Informe de la Moody’s apunta que la deuda de las empresas en China aumentó bastante desde 2008, saltando (en porcentaje del PIB) más de 60% entre 2010 y 2017, en los últimos ocho años. En 2017, la deuda corporativa de China era de 160,3%, quedando atrás de Hong Kong (232,2%), pero bien al frente de Japón (99,9%) y de los Estados Unidos (73,6%).
El sector privado, menos protegido que el estatal y con menos acceso al crédito en bancos estatales, es responsable por la mayor parte de este endeudamiento, con algunas agencias – como la propia Moody’s – esclareciendo que 80% de las deudas corporativas chinas están concentradas en el sector privado. Saliendo de la superficie, el endeudamiento privado chino demuestra que la elevación del papel del crédito en el pós-2008 trajo a un primer plano la cuestión de la cualidad dudosa del crédito concedido, principalmente, al sector privado. La razón está en el hecho de las líneas de los grandes conglomerados empresariales estatales haber sido los mayores beneficiarios de los estímulos fiscales lanzados por el gobierno central desde 2008.
Era el inicio del fenómeno “Guojin min tui”, o sea, “cuando el Estado avanza, el sector privado se retrae”. Es bueno notar que ese fenómeno guarda cierta contradicción con la dinámica entre los sectores público y privado en la economía china en las últimas décadas. Nuestros trabajos1 han demostrado que el Estado y el Partido Comunista de China (PCCh) se fueron transformando en dos mega-instituciones a controlar ondas de innovaciones institucionales que por un lado elevó, a lo largo del tiempo, la capacidad del Estado en concentrarse en grandes tareas de coordinación y socialización de la inversión y tomar para sí – vía formación de más de una centena de conglomerados estatales – los sectores con alto grado de oligopolio. Por otro lado, el sector privado se benefició de inmensos programas de transferencias de activos estatales y tuvo un crecimiento cuantitativo evidente. Sin embargo, cada vez más ancilar al inmenso y creciente sector estatal. Importante enfocarnos un poco en ese proceso.
La contradicción está en el hecho del sector privado nunca haberse sentido acorralado, en variados sentidos, desde el inicio de las reformas económicas de 1978 – al contrario. Trabajo interesante2, a pesar de no reciente, publicado en el National Bureau of Economic Research (NBER), además de superar la vulgar y eufemística expresión “capitalismo de Estado” como definición de la experiencia china, demuestra – además de otras informaciones – el avance del control del PCCh sobre el sector privado con la obligatoriedad de cada empresa tener en su consejo y dirección un miembro del PCCh. Xi Jinping, un marxista rotulado por muchos como un “ortodoxo”, elevó las reiteraciones del papel de la primacía del sector público de la economía y, a lo que todo indica, según Barry Naughton viene alertando en varios de sus artículos recientes, tomó para sí la conducción de la política económica. Algo, históricamente, a cargo del primer-ministro.
Una última rueda de reformas en las empresas estatales (“Supply-Side Structural Reform”) iniciada en 2015 anduvo en el sentido opuesto de lo que muchos desearían. O sea, con la privatización de centenas de “empresas-zombi”. Pero el camino parece el mismo que el experimentado desde la segunda mitad de la década de 1990 con el proceso de fusiones y adquisiciones y consecuente “corporatización” de las empresas y formaciones de más “campeonas nacionales” bajo la tutela de la poderosa SASAC (“sigla en inglés para “Comisión Estatal de Supervisión y Administración de Activos del Consejo de Estado”). A ver.
Retornado al crédito direccionado al sector privado. Frente a la preferencia dada a las estatales por los grandes bancos de desarrollo, cupo al sector privado – presionado por las encomiendas del sector estatal – recorrer a los shadow banks, lugar de excelencia de los intereses altos y plazos cortos. El alcance y el tamaño de ese “sistema financiero sombra” son más profundos de lo que imaginamos. Según la ya citada Moody’s ese sistema “sombra” correspondía a 86,5% del PIB en 2016. Leyes y reglamentos fueron creados en el sentido de delimitar su acción. La previsión es que al final de 2019 esta relación, que ha caído a lo largo de los últimos años, llegase a 70%. Algo aún nada pequeño y que no ha evitado una quiebra en el sector privado del país que está a devastar empresas en provincias ricas como Shandong y Zhejiang. Cierta agonía de parte del sector privado del país se agrava con la reluctancia del sector bancario estatal en prestar sin garantías a empresas no-estatales. El sector privado fue responsable, en 2018, por 126 de los 165 de los llamados “bonds defaults”.
No sabríamos decir si China estaría frente a una inminente crisis causada por el alto endeudamiento del sector privado y semiprivado. De lo que tenemos certeza es que existe un gran desequilibrio que ya causa problemas de orden macro. Por ejemplo, en los últimos diez años el índice de precios al consumidor se mantuvo estable en 2%. Ya, según BEC indica, el índice de precios al productor tuvo caídas consecutivas en los últimos 54 meses y se tornó negativo desde julio de 2019. Una situación nada confortable.
Queda la pregunta lanzada en el título del texto: China puede crecer más? Los datos sobre la situación de los índices de precios al consumidor y al productor, además de la capacidad ociosa verificada en muchas ramas industriales del país muestran que – al contrario de lo que los “científicos” de las infelices expresiones de tipo “nuevo normal”, de la “trampa de la renta media” y del “fin del bono demográfico” creen – existe espacio para más crecimiento, sí. A partir de la reestructuración de los débitos del sector privado, según documento de la Peterson Institute for International Economics3, en 2016 el gobierno chino inició un programa de “debt-to-equity swap”. Este tipo de operación ya fuera ensayada con suceso para sanear el sistema financiero chino en la década de 1990.
Los resultados hasta aquí pueden ser considerados más lentos de lo que las mentes occidentales esperan, pero promisores en la medida en que mantienen bajo control el problema, sin causar mayores consecuencias de orden “macro”. Entre febrero de 2017 y abril de 2019 el total de los valores comprometidos saltaron de 430 mil millones de reiminbis para 2,3 billones. Ya el valor total ejecutado salió en el mismo período arriba mencionado de 40 mil millones de reiminbis para 910 mil millones.
La posibilidad de suceso de este proceso de reestructuración de los débitos del sector privado podrá transformar la tensión causada por esta contradicción en otro motor de elevación, o a depender de las elecciones del gobierno chino, de manutención del crecimiento económico en el actual nivel.
No somos alarmistas al punto de creer que China está frente a la posibilidad de una crisis de grandes proporciones, ni tampoco liberales al punto de victimizar al sector privado frente al Leviatán del Estado. El proceso es más profundo con la decisión de ampliación del papel del Estado en la economía china desde el final de la década pasada y de la maturación de un proceso iniciado en la segunda mitad de la década de 1990 y consolidada con la formación de la SASAC en 2003 de formación de más de una centena de grandes conglomerados empresariales estatales transformados en base de su economía socialista de mercado. Instituciones y medidas que refuerzan el control, directo e indirecto, del Estado y del PCCh sobre la actividad económica fueron inaugurados y se han consolidado en los últimos años. Nada de eso ocurriría sin el surgimiento de tensiones y desequilibrios propios al proceso de desarrollo, y mismo su propio motor primario. Evidente que los comunistas chinos saben que el desequilibrio es la fuente fundamental de grandes, y necesarias, soluciones. Bajo este prisma, existen dos grandes cuestiones a ser respondidas:
1) Dada la capacidad comprobada por la gobernanza china de alcanzar sus objetivos económicos y sociales, a pesar del crecimiento abajo de 8% al año, China quiere, y realmente necesita, crecer a niveles arriba de 6,5%?
2) En esta nueva ingeniería social (que ha generado el surgimiento de una “nueva formación económico-social”), inaugurada con el impetuoso avance del sector estatal, cuál es el espacio y el papel a ser desempeñado por el sector privado de forma que este “choque de contrarios” entre esos dos sectores en la economía no perjudique el funcionamiento general del sistema?
Adelantando algo. Sobre la primera cuestión una observación: existe una cuestión de “voluntad” y posibilidad real de realización que solamente economías con niveles elevados de planificación pueden darse el lujo de colocar a sí mismas. Es el caso de China. Ya la segunda es de orden más estratégico pues, además de retirar el apelo de aquellos que exageran sobre el poder del capitalismo privado en China, pone frente a los interesados en el progreso humano más general algo que va más allá de las necesidades y posibilidades del crecimiento económico: qué tipo de ingeniería social está surgiendo en China? Existen rasgos prometeicos, socializantes, a emerger de este proceso? No tenemos dudas que sí.
* Elias Jabbour es profesor adjunto de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (FCE-Uerj) y de su Programa de Pos-Graduación en Ciencias Económicas (PPGCE-FCE-Uerj).
Notas:
1 Jabbour, E. China: socialismo y desarrollo – siete décadas después. São Paulo: Anita Garibaldi, 2019.
Jabbour, E.; Belluzzo, L. “Cuando el socialismo fabrica el mercado”. Carta Capital, n. 1324, p. 40-43, 2019.
Jabbour.; Dantas, A. “The political economy of reforms and the present Chinese Transition”. Brazilian Journal of Political Economy, v. 37, n. 4, p. 789-807, 2017.
Jabbour, E.; Dantas, A. “En China emerge una Nueva Formación Económico-Social” . Princípios, nº 154, p.70-86, 2018.
Jabbour, E.; Paula, L. F. “China y la “socialización de la inversión”: un abordaje Keynes-Gerschenkron-Rangel-Hirschman”. Revista de Economia Contemporânea. nº 22 (1), p. 1-23, 2018.
2 Fan, J; Morck, B; Yeung, B.: Capitalizing China. NBER Working Paper, n.17687, Dec. 2011.
3 “Tracking China’s Debt-to-Equity Swap Program: Great Cry and Little Wool”. Peterson Institute for International Economics, june, 2019. Disponível em: https://www.piie.com/blogs/china-economic-watch/tracking-chinas-debt-equity-swap-program-great-cry-and-little-wool